LAS MARIPOSAS AMARILLAS Y EL AMOR
Ha
sido una constante en las obras de García Márquez, la visión que tiene
este autor sobre el amor: Desde ser una pequeña catástrofe hasta un
trastorno digestivo; llega, inclusive, a despertar el ánima de la
Naturaleza. El Nobel en alguna ocasión comentó: “La fuerza invencible
que ha impulsado al mundo no son los amores felices sino los
contrariados”. Basados en esta premisa nos adentramos en el mundo mítico que encierra Macondo en Cien años de Soledad.
Un pueblo nacido del realismo mágico en que lo cotidiano se mezcla con
lo extraordinario en un increíble remolino de situaciones, de vasos
comunicantes y de elementos en los que no existe límites entre lo uno y
lo otro.
El
amor en esta obra está presente en sus personajes como un destino
trágico, observable; en una joven que despliega un hálito de amor y
muerte a su paso. Remedios, la bella, es un destino fatal, una mujer que
enamora por su belleza y mata sin la más mínima intención o, también,
como piensa Amaranta, la anciana doncella a quien la muerte ordena tejer
su propia mortaja y en sus últimos momentos comprende con resignación
el desmedido temor que sentía hacia el amor: “ambas acciones habían sido
una lucha a muerte entre un amor sin medida y una cobardía invencible, y
había triunfado el miedo irracional que Amaranta le tuvo siempre a su
propio y atormentado corazón”. (p. 244) No sin mencionar, al Coronel
Aureliano Buendía, un hombre simplemente incapacitado para amar.
De todas las parejas que se amaron en Cien años…,
la de Meme y Mauricio Babilonia evoca ese amor tormentoso, rebelde y
tenaz que se vive en la adolescencia. La joven concertista de
clavicordio se enamora locamente de un menestral de la Compañía
Bananera, oloroso a aceite de motor y cuya presencia estaba determinada
por nubes de mariposas amarillas.
“Fue
entonces cuando cayó en la cuenta de las mariposas amarillas que
precedían las apariciones de Mauricio Babilonia. Las había visto antes,
sobre todo el taller de mecánica, y había pensado que estaban fascinadas
con el olor de la pintura. Alguna vez las había sentido revoloteando
sobre su cabeza en la penumbra del cine. Pero cuando Mauricio Babilonia
empezó a perseguirla como un espectro que sólo ella identificaba en la
multitud, comprendió que las mariposas amarillas tenían algo que ver con
él”. (p. 279)
Meme
y Mauricio Babilonia, al igual que los otros personajes de la novela,
poseen el sino trágico de la soledad, envueltos en un amor tempestuoso y
revelado en este último a través de las mariposas, lo cual se evidencia
en: “Murió de viejo en la soledad, sin un quejido, sin una protesta,
sin una sola tentativa de infidencia, atormentado por los recuerdos y
por las mariposas amarillas que no le concedieron un instante de paz, y
públicamente repudiado como ladrón de gallinas.” (p. 283)
Por
otro lado, las mariposas se constituyen en un símbolo de amor y
soledad, que perdurará hasta la muerte de Mauricio. Tal como el hálito
que desplegaba Remedios, la bella, en las mariposas de Mauricio
Babilonia se puede observar cómo se despierta el alma de la naturaleza,
la cual llega a identificarse con el personaje y a atribuirse
sentimientos humanos [4].
A medida que crece el amor entre Meme y Mauricio, las bandadas de
mariposas se hacen mucho más extensas, sofocantes, llenas de ansiedad,
llegando a desesperar a quienes las presencian, “Una vez Aureliano
Segundo se impacientó tanto con el sofocante aleteo, que ella sintió el
impulso de contarle su secreto […].” (p. 279)
Como
todos, ese amor plagado de desenfreno y rebeldía no escapó a su destino
fatídico. Meme, quien había encontrado en los baños nocturnos la excusa
perfecta para encontrarse con su amante, debió presenciar el momento en
que Mauricio Babilonia cayó víctima de una bala certera, “Esa noche, la
guardia derribó a Mauricio Babilonia cuando levantaba las tejas para
entrar al baño donde Meme lo esperaba, desnuda y temblando de amor entre
los alacranes y las mariposas.” (p. 283) Después de lo sucedido, fue
recluida en un convento en Cracovia, donde nadie volvería a escucharle
la voz, que calló en el preciso instante en que descubrió que el hombre
amado estaba a punto de morir y ella condenada al destierro.
Muy
a pesar de la separación de los amantes, las mariposas continúan siendo
un vínculo entre ambos. Meme las lleva consigo hasta el convento, donde
tristemente comprende la muerte de Mauricio: “Había pasado mucho tiempo
cuando vio la última mariposa amarilla destrozándose entre las aspas
del ventilador y admitió con una verdad irremediable que Mauricio
Babilonia había muerto.” (p. 287)
La
novela es contada teniendo presente ese aire de fatalidad y de destino
marcado. El autor es implacable con sus personajes y no permite
segundas oportunidades para ninguno. Sin embargo, Meme seguiría pensando
en Mauricio Babilonia, en su olor de aceite y su ámbito de mariposas,
hasta el día en que ella muriera, más aún, la imagen de su amor y las
mariposas amarillas de Mauricio Babilonia seguirán revoloteando sobre
las cabezas de parejas enamoradas como frágiles suspiros amarillos.









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